jueves, 9 de mayo de 2013

MARIA BARBANCHO
 
 
 
 
Por tus palabras te conocerán y por tus silencios te admirarán




 
EVA´S  de la A a la Z      




Eva’s




Ilustración Art'disoni Silvia






Castigo


¡Dios…! ¡Qué castigo! Todas las mañanas de todos los días de cada seis meses de mi vida he de padecer el castigo de soportarla…

 Algunos me dicen que soy afortunada, que en los tiempos que corren, con la que está cayendo, tener trabajo es lo más parecido a que te toque la lotería… Y parte de razón tienen, como no… Porque en verdad, aunque mi trabajo no sea precisamente la panacea en la que desarrollarme como persona y mujer, tampoco es excesivamente laborioso ni pesado… Incluso el horario me gusta: de 06:00 horas de la mañana a las 14:00 horas del mediodía de lunes a viernes. Y no es ni mi trabajo, ni el horario, ni mis compañeros y compañeras, es sólo y exclusivamente ella, la que como castigo caído del cielo sobre mí he de sufrir en mis carnes durante 8 horas diarias mes a mes mientras consumo el periodo de mi contrato laboral. Un contrato laboral, por cierto, del que habría mucho que hablar, porque después de 10 años prestando mis servicios a esta empresa, creo haberme merecido formar parte de la plantilla fija y no pasarme seis meses del año trabajando y otros seis viviendo del subsidio del paro… Pero, en fin…, esa es otra cuestión.  

Ella…, ella, esa mujer sin alma y carente de cualquier atisbo de sensibilidad o empatía por el prójimo, carencia que se acentúa de manera escandalosa y exacerbada hacia las que pertenecemos a su mismo género, es la cuestión de mi rabia, de mi ira, de mi impotencia…, y también de mi dolor, porque yo, he sido de las que además de su desprecio, su despotismo y su prepotencia, he sufrido el mayor de todos los descréditos que un ser humano puede soportar: la humillación pública provocada, alentada y disfrutada… El mayor goce de esta mujer, es contemplar como su víctima desaparece amedrentada por el poder que su cargo le otorga, mientras la hostiga sin piedad, regocijándose en ese temor irremediable que sabe provoca y con la certeza de poseer en sus manos, la frágil seguridad de ese trabajo temporal que si lo desea, ella te puede arrebatar.

Por eso no puedo imaginármela amando a sus hijos, a su esposo… Alguien que no entiende que tú también eres madre, que tú también tienes hijos… Y que éstos enferman, tienen fiebre y necesitan de tus mimos. Y que ni tu hermana, tu madre o tu vecina, por mucho amor y entrega que pongan, son las que ellos esperan encontrar sujetando su mano y sentada a su lado cuando van al médico, a la reunión con la directora del colegio o la profesora de dibujo, o cuando tras marcar su primer gol o hacer su primera pirueta como bailarina, quieren hallar en su mirada encendida de alegría… Ellos buscan a sus mamás junto a sus papás, y son casi siempre los abuelos, o aquellos vecinos a los que por cercanía y trato llaman “titos”, los que en las gradas, aplauden y vitorean sus éxitos…

Tampoco me la imagino amando a su esposo… Entregándose con pasión… No. Alguien tan adusto, tan frío como un témpano de hielo, que nada le perturba, que nada parece, no, que nada le afecta… Alguien que desconoce la palabra compasión, alguien que disfruta provocando dolor… Alguien así no puede amar con el corazón.

Es fría, es calculadora… Y también es perversa y cruel… Y todo cuanto ha conseguido, no ha sido respeto, ha sido miedo. No tiene amigos, no verdaderos. Están los pelotas, los chivatos, los que ilusos creen, que convirtiéndose en sus siervos, obtendrán algo distinto a lo que le da al resto, cuando lo único que consiguen, es ganarse más rápidamente su desprecio y que les muestra una vez se ha servido de ellos.

Cuentan que su marido le engaña, que lleva años viéndose con otra mujer de la localidad… No me extraña, pues dicen que con él también es un hueso.

¿Y de sus hijos…? De los tres, solo se habla con el pequeño. Las hijas mayores, las gemelas, los del pueblo ya no recordamos cuando fue la última vez que las vimos por aquí. El hijo menor, el único que por Navidades la visita, y digo bien, la visita, pues el encuentro apenas dura un par de horas, mantiene con ella la relación más por pena que por amor.

¿Si tiene más familia?... Viviendo en una localidad más pueblo que ciudad, las versiones varían, aunque lo cierto, es jamás se le ha oído hablar ni de padres, hermanos, sobrinos o cuñados, y tampoco que se sepa, los que su casa han visitado, han visto fotografías.

Ella es mi castigo durante 8 horas de lunes a viernes durante seis meses cada año de mi vida. Sí, es mi castigo. Un castigo que he aprendido a sobrellevar y que olvido cuando al cruzar el umbral de mi casa estrecho entre mis brazos a mi hija.

En cambio, el castigo de ella es eterno, perpetuo, interminable…

Su castigo es estar sola…

Su castigo es que no la quiera nadie.
 
 

 
 
Autora: Maria Barbancho
Ilustraciones:Art'disoni Silvia
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