jueves, 16 de mayo de 2013

 
 
 
MARIA BARBANCHO
 
 
 
 
 
 
 
 
Por tus palabras te conocerán y por tus silencios te admirarán




 
EVA´S  de la A a la Z      





 
 
 

 
Ilustración Art'disoni Silvia
 
 
 
     Eva’s

 

 
Dama Luna




 

Todos en el pueblo echamos de menos a Dama Luna…
Alzamos la vista al pequeño ventanuco de la buhardilla de su casa y no vemos su rostro tras el cristal, con los ojos fijos en el cielo, con la sonrisa permanente en los labios…
Ya no está entre nosotros Dama Luna… Se marchó hace mucho tiempo, el mismo que ha plateado los cabellos de su esposo, el mismo que también ha surcado de arrugas su rostro. El tiempo, que inexorable nos arrastra tarde o temprano a todos. Bueno, a todos no… A Dama Luna no. Con ella no pudo. Ella se fue cuando quiso, fue su elección. Como los toreros a los toros, le hizo un quiebro al tiempo, lo toreó con maestría y salero. Sucedió una noche de luna llena y un cielo cubierto con un lienzo de estrellas. Pero no corramos en el relato, caminemos despacio sobre él y dejad que os cuente la historia de Dama Luna, que os narre quién era ella…
Fue una niña diferente a sus hermanas, diferente a las demás… No en lo físico: ni más alta ni más baja; ni más fea ni más guapa; ni más gorda ni más flaca; ni más lista ni más tonta… Lo que a ella la hacía diferente, era su interior, su espiritualidad, su ternura para con los demás, su sensibilidad para con los más vulnerables, tal vez, porque ella también lo era; su generosidad en todo cuánto hacía, su eterna gratitud a la vida por muy mal que le fueran las cosas… Y le fueron mal porque no fue feliz. Y no fue feliz, porque nadie supo entenderla, nadie supo ni quiso saber qué palpitaba en su corazón, qué celaba su alma, qué velaban sus silencios. No quisieron o no supieron ver, que ella era un espíritu libre, necesitado de volar lejos, de perderse en el infinito para buscar su libertad. Y sin ser conscientes de ello, le cortaron las alas y la encerraron en una jaula. Una jaula, decían los suyos cuando en alguna ocasión ella se quejaba, de barrotes de oro, así, que no se explicaban, a cuento de qué se lamentaba.
Y sin perder la sonrisa, pues la tristeza no formaba parte de ella, se fue apagando un poquito cada día.
Se hizo mujer y se casó. También fue madre de dos hijos varones, el orgullo del padre. Pero a ella nadie prestó atención, dieron por hecho que era feliz, que lo tenía todo para serlo. ¡Qué cierto aquello de que, no hay peor ciego que el que no quiere ver! Y los suyos, todos, siempre estuvieron ciegos. Lástima que recuperaran la visión cuando fue demasiado tarde para ellos.
Solamente se la veía feliz asomada tras el ventanuco de la buhardilla de la vieja casa de sus padres que después fue de ella, su marido y sus hijos. Allí, pegada al vidrio, fuese invierno o verano, cada noche, fijaba su mirada en el firmamento y sonreía… Sonreía siempre, constantemente, sin cansarse. Sonreía como si alguien desde el cielo, un trovador celestial, le susurrase al oído tiernas palabras de amor, le recitase un bello poema, o le cantase una linda serenata. Su rostro se mostraba relajado, plácido, sereno, con una felicidad tan exultante, que la oscuridad de la húmeda buhardilla se llenaba de luz, se iluminaba como si allí no existiese la noche, como si allí sólo existiera el día. 
Disculpad, ¿me habéis preguntado su nombre?
Lamento no poder complacer vuestros deseos. Pero es que yo no la conocí, y quiénes tuvieron la suerte de conocerla, olvidaron su nombre, recordándola tan solo por Dama Luna, que era como todos la llamaban. El nombre con la que la bautizaron por esa “extraña manía” de asomarse todas las noches del año al ventanuco de la buhardilla. Todas las noches de todos los años de su vida.
Pero algunos cuentan más… Son los que dicen conocer de “buena tinta” el misterio de su marcha, el “secreto” de semejante enigma.
Por lo visto no se fue sola. Lo hizo acompañada del “misterioso” hombre que en algunas noches de luna llena y cielo estrellado, la visitaba de manera clandestina, a espaldas de su esposo, de sus hijos, de los vecinos y de las amigas. Nunca nadie vio su rostro, pero por lo que decían, era un varón de alta estatura, porte gallardo y cabellos largos hasta los hombros… Unos cabellos, afirmaban los que juraron haberlo visto, de un dorado tan intenso, que la noche, allí, en el jardín de la casa de Dama Luna, al igual que en la húmeda buhardilla, también se tornaba día. Tampoco les vieron hablar entre ellos jamás, eso era lo extraño… Sólo se miraban y sonreían, como si se comunicasen con sus ojos, como si las palabras que se decían las escribiesen el ardor de sus pupilas. Ellos no necesitaban palabras. Les bastaba entrelazarse las manos, sus miradas y sus sonrisas. Con eso se lo decían todo, expresaban sin miedos ni vergüenzas lo que sus almas sentían. Y así, una noche y otra, cada vez que se repetía la “clandestina visita”  del “misterioso”  hombre de cabellos dorados como el sol, un hombre cuyos ropajes también refulgían, pues vestía con un sorprendente buzo plateado, sorprendente por lo extraño, ya que nadie en su sano juicio se vestiría con atuendo tan raro.
Hasta que una noche, tuvo lugar un suceso inaudito, excepcional, inexplicable y extraordinario, que aquellos que lo contemplaron, decidieron creer que fue un sueño, que en efecto, lo que vieron lo habían soñado. Prefirieron inventarse el olvido, eligieron borrarlo de sus recuerdos, de sus sueños y de sus miedos. No volver a hablar de ello y así acabar enterrándolo. Pero el olvido se quedó sólo en ellos, imponiéndose el recuerdo de aquel fascinante suceso acaecido hace ya mucho tiempo, el mismo tiempo que ha plateado los cabellos de su esposo, el mismo que también ha surcado de arrugas su rostro.
La vieron salir al jardín, sentarse en el banco de piedra y esperar a su “misterioso” caballero. Éste apareció de la nada, nadie pudo explicar cómo llegó ni por dónde asomó. La miró como siempre, sonriendo, tomó su mano y Dama Luna le siguió. Caminaron unos pasos asidos de la mano, acariciándose con la mirada y sin dejar de sonreír. Se detuvieron bajo el olivo del jardín, alzaron sus ojos al cielo y simplemente, esperaron. De repente, un fuerte viento despertó de la nada y una gigantesca bola de luz descendió del firmamento descansando sobre el césped del jardín. Entonces, todo se sumió en la oscuridad y en un silencio que podía oírse, y que sólo rompió el sonido metálico y silbante de aquella insólita nave desconocida cuya forma y luminiscencia recordaba a una descomunal esfera centelleante, cuando empezó a elevarse de nuevo portando en una rampa móvil que desaparecía en su interior a media que ascendía, a Dama Luna y a su “misterioso”  caballero. Y antes de que los pocos testigos pudieran ni tan sólo parpadear, la “extraña”  nave desapareció en el firmamento estelar, confundiéndose con el lienzo de estrellas, y con el asombroso y prodigioso resplandor que aquella enigmática noche irradiaba la luna llena.
Esta historia pasó hace mucho tiempo, el mismo tiempo que ha plateado los cabellos de su esposo, el mismo que también ha surcado de arrugas su rostro. El tiempo, que inexorable nos arrastra tarde o temprano a todos. Bueno, a todos no… A Dama Luna no. Con ella no pudo. Ella se fue cuando quiso, fue su elección. Como los toreros a los toros, le hizo un quiebro al tiempo, lo toreó con maestría y salero. Sucedió una noche de luna llena y un cielo cubierto con un lienzo de estrellas…
 
Autora: Maria Barbancho
 Ilustraciones:Art'disoni Silvia
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Las imágenes están protegidas por la Ley de la Propiedad Intelectual, quedando prohibida toda copia o reproducción
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2 comentarios:

  1. Que bonito Maria, me encanta ..que misterio!!
    Un besazo

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  2. ¡Gracias, Pepa! El mejor premio para una escritora es que guste aquello que escribe... Un abrazo.

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