MARIA BARBANCHO |
Por tus palabras te conocerán y por tus silencios te admirarán
EVA´S de la A a la Z
Ilustración Art'disoni Silvia |
Dama Luna
Todos
en el pueblo echamos de menos a Dama Luna…
Alzamos
la vista al pequeño ventanuco de la buhardilla de su casa y no vemos su rostro
tras el cristal, con los ojos fijos en el cielo, con la sonrisa permanente en
los labios…
Ya
no está entre nosotros Dama Luna… Se
marchó hace mucho tiempo, el mismo que ha plateado los cabellos de su esposo,
el mismo que también ha surcado de arrugas su rostro. El tiempo, que inexorable
nos arrastra tarde o temprano a todos. Bueno, a todos no… A Dama Luna no. Con ella no pudo. Ella se fue
cuando quiso, fue su elección. Como los toreros a los toros, le hizo un quiebro
al tiempo, lo toreó con maestría y salero. Sucedió una noche de luna llena y un
cielo cubierto con un lienzo de estrellas. Pero no corramos en el relato,
caminemos despacio sobre él y dejad que os cuente la historia de Dama Luna, que os narre quién era ella…
Fue
una niña diferente a sus hermanas, diferente a las demás… No en lo físico: ni
más alta ni más baja; ni más fea ni más guapa; ni más gorda ni más flaca; ni
más lista ni más tonta… Lo que a ella la hacía diferente, era su interior, su
espiritualidad, su ternura para con los demás, su sensibilidad para con los más
vulnerables, tal vez, porque ella
también lo era; su generosidad en todo cuánto hacía, su eterna gratitud a la
vida por muy mal que le fueran las cosas… Y le fueron mal porque no fue feliz.
Y no fue feliz, porque nadie supo entenderla, nadie supo ni quiso saber qué
palpitaba en su corazón, qué celaba su alma, qué velaban sus silencios. No
quisieron o no supieron ver, que ella
era un espíritu libre, necesitado de volar lejos, de perderse en el infinito
para buscar su libertad. Y sin ser conscientes de ello, le cortaron las alas y
la encerraron en una jaula. Una jaula, decían los suyos cuando en alguna
ocasión ella se quejaba, de barrotes
de oro, así, que no se explicaban, a cuento de qué se lamentaba.
Y
sin perder la sonrisa, pues la tristeza no formaba parte de ella, se fue apagando un poquito cada
día.
Se
hizo mujer y se casó. También fue madre de dos hijos varones, el orgullo del
padre. Pero a ella nadie prestó
atención, dieron por hecho que era feliz, que lo tenía todo para serlo. ¡Qué
cierto aquello de que, no hay peor ciego
que el que no quiere ver! Y los
suyos, todos, siempre estuvieron ciegos. Lástima que recuperaran la visión
cuando fue demasiado tarde para ellos.
Solamente
se la veía feliz asomada tras el ventanuco de la buhardilla de la vieja casa de
sus padres que después fue de ella, su marido y sus hijos. Allí, pegada al
vidrio, fuese invierno o verano, cada noche, fijaba su mirada en el firmamento
y sonreía… Sonreía siempre, constantemente, sin cansarse. Sonreía como si
alguien desde el cielo, un trovador celestial, le susurrase al oído tiernas
palabras de amor, le recitase un bello poema, o le cantase una linda serenata.
Su rostro se mostraba relajado, plácido, sereno, con una felicidad tan
exultante, que la oscuridad de la húmeda buhardilla se llenaba de luz, se
iluminaba como si allí no existiese la noche, como si allí sólo existiera el
día.
Disculpad,
¿me habéis preguntado su nombre?
Lamento
no poder complacer vuestros deseos. Pero es que yo no la conocí, y quiénes
tuvieron la suerte de conocerla, olvidaron su nombre, recordándola tan solo por
Dama Luna, que era como todos la
llamaban. El nombre con la que la bautizaron por esa “extraña manía” de asomarse todas las noches del año al ventanuco
de la buhardilla. Todas las noches de todos los años de su vida.
Pero
algunos cuentan más… Son los que dicen conocer de “buena tinta” el misterio de su marcha, el “secreto” de semejante enigma.
Por
lo visto no se fue sola. Lo hizo acompañada del “misterioso” hombre que en algunas noches de luna llena y cielo
estrellado, la visitaba de manera clandestina, a espaldas de su esposo, de sus
hijos, de los vecinos y de las amigas. Nunca nadie vio su rostro, pero por lo
que decían, era un varón de alta estatura, porte gallardo y cabellos largos
hasta los hombros… Unos cabellos, afirmaban los que juraron haberlo visto, de un
dorado tan intenso, que la noche, allí, en el jardín de la casa de Dama Luna, al igual que en la húmeda
buhardilla, también se tornaba día. Tampoco les vieron hablar entre ellos
jamás, eso era lo extraño… Sólo se miraban y sonreían, como si se comunicasen
con sus ojos, como si las palabras que se decían las escribiesen el ardor de
sus pupilas. Ellos no necesitaban palabras.
Les bastaba entrelazarse las manos, sus miradas y sus sonrisas. Con eso se lo
decían todo, expresaban sin miedos ni vergüenzas lo que sus almas sentían. Y
así, una noche y otra, cada vez que se repetía la “clandestina visita” del “misterioso”
hombre de cabellos dorados como el
sol, un hombre cuyos ropajes también refulgían, pues vestía con un sorprendente
buzo plateado, sorprendente por lo extraño, ya que nadie en su sano juicio se
vestiría con atuendo tan raro.
Hasta
que una noche, tuvo lugar un suceso inaudito, excepcional, inexplicable y
extraordinario, que aquellos que lo contemplaron, decidieron creer que fue un
sueño, que en efecto, lo que vieron lo habían soñado. Prefirieron inventarse el
olvido, eligieron borrarlo de sus recuerdos, de sus sueños y de sus miedos. No
volver a hablar de ello y así acabar enterrándolo. Pero el olvido se quedó sólo
en ellos, imponiéndose el recuerdo de aquel fascinante suceso acaecido hace ya
mucho tiempo, el mismo tiempo que ha plateado los cabellos de su esposo, el
mismo que también ha surcado de arrugas su rostro.
La
vieron salir al jardín, sentarse en el banco de piedra y esperar a su “misterioso” caballero. Éste apareció de
la nada, nadie pudo explicar cómo llegó ni por dónde asomó. La miró como
siempre, sonriendo, tomó su mano y Dama
Luna le siguió. Caminaron unos pasos asidos de la mano, acariciándose con
la mirada y sin dejar de sonreír. Se detuvieron bajo el olivo del jardín,
alzaron sus ojos al cielo y simplemente, esperaron. De repente, un fuerte
viento despertó de la nada y una gigantesca bola de luz descendió del
firmamento descansando sobre el césped del jardín. Entonces, todo se sumió en
la oscuridad y en un silencio que podía oírse, y que sólo rompió el sonido
metálico y silbante de aquella insólita nave desconocida cuya forma y
luminiscencia recordaba a una descomunal esfera centelleante, cuando empezó a
elevarse de nuevo portando en una rampa móvil que desaparecía en su interior a
media que ascendía, a Dama Luna y a
su “misterioso” caballero. Y antes de que los pocos testigos
pudieran ni tan sólo parpadear, la “extraña”
nave desapareció en el firmamento
estelar, confundiéndose con el lienzo de estrellas, y con el asombroso y
prodigioso resplandor que aquella enigmática noche irradiaba la luna llena.
Esta
historia pasó hace mucho tiempo, el mismo tiempo que ha plateado los cabellos
de su esposo, el mismo que también ha surcado de arrugas su rostro. El tiempo,
que inexorable nos arrastra tarde o temprano a todos. Bueno, a todos no… A Dama Luna no. Con ella no pudo. Ella se fue
cuando quiso, fue su elección. Como los toreros a los toros, le hizo un quiebro
al tiempo, lo toreó con maestría y salero. Sucedió una noche de luna llena y un
cielo cubierto con un lienzo de estrellas…
Autora: Maria Barbancho
Ilustraciones:Art'disoni Silvia
Todos los derechos reservados.
Las imágenes están protegidas por la Ley de la Propiedad Intelectual, quedando prohibida toda copia o reproducción.
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Las imágenes están protegidas por la Ley de la Propiedad Intelectual, quedando prohibida toda copia o reproducción.
Que bonito Maria, me encanta ..que misterio!!
ResponderEliminarUn besazo
¡Gracias, Pepa! El mejor premio para una escritora es que guste aquello que escribe... Un abrazo.
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