MARIA BARBANCHO
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Por tus palabras te conocerán y por tus silencios te admirarán
Eva’s
Bancos y Cartones
Los barrenderos
inician su jornada laboral al mismo ritmo que despierta la ciudad. Es una
mañana especialmente fría, como lo está siendo este invierno. Por esa razón, el
Ayuntamiento ya ha puesto en marcha la campaña de todos los años, para que ni
un solo mendigo duerma a la intemperie, aunque como cada año por las mismas
fechas, no es tarea fácil convencer a algunos, que se niegan en redondo a
abandonar sus bancos, los cajeros automáticos, los vestíbulos de las porterías,
los zaguanes de los comercios o las escaleras del metro… Son sus “hogares”, lo único que les queda, un
banco como cama, unos cartones como mantas y el cielo de la noche como techo.
Puede no ser nada, pero para ellos es mucho y no quieren perderlo.
Se acerca la Navidad
y las calles y avenidas se ha engalanado para fechas tan señaladas. A las
puertas del instituto, chicas y chicos hacen planes para las vacaciones que en
un par de días empiezan, y en el banco de la acera de enfrente, la mendiga que
allí vive desde hace un año no les quita el ojo de encima. Algunos jóvenes le
tienen miedo, otros se burlan de ella, pero a la mayoría les da mucha pena,
pues la pobre no se mete con nadie, sólo les observa, todas las mañanas y todas
las tardes, como si buscase, como si esperase a alguien.
Último día de clase y
los estudiantes no llevan ni mochilas, ni libros, ni carpetas. Se han
organizado eventos culturales, una comida con los padres y una fiesta por la
tarde. Es un día diferente en todo, incluso, en la calle, pues esa mañana no
estaba la mendiga, miraban y en el banco no había nadie. Se habrá “mudado” de banco, pensaron. ¡Los mendigos son tan
raros!
Las noticias de las
nueve de la noche les acompañan mientras cenan: “…Las bajas temperaturas de la pasada madrugada se han cobrado sus
primeras víctimas…”
El timbre sonó en ese
momento.
¿Quién puede ser a
estas horas?, se preguntaron.
Cuando cerró la
puerta de la calle y regresó a la cocina, miró a sus dos hijos. Llevaban tantos
años viviendo los tres solos. Padre y madre era para sus hijos, y sus hijos
todo cuánto él tenía, lo más valioso, lo mejor de ella, lo más hermoso que le
dejó. Su recuerdo permanente, aunque ese recuerdo quemara como una daga al rojo
vivo incrustada en el pecho. No pudo retenerla a su lado, su rival se la
arrebató poco a poco, sin que él se diese cuenta, o quizás, no quiso verlo
hasta que fue demasiado tarde, cuando el alcohol se impuso a la razón, y lo
peor, a los sentimientos. Lo intenté todo, les explicó a sus hijos el día que
ella se fue para no volver. Los mejores médicos, las mejores terapias… Pero
nada pudo con su adicción, nada. Ni vosotros, ni yo, ni nada, les dijo entre
lágrimas. Unas lágrimas que aprendió a contener, a tragárselas para olvidarla.
Mira de nuevo la
notificación del juzgado, y antes de apagar el televisor y sentarse frente a
sus hijos, cerró sus ojos empañados un instante.
—Tengo que contaros
una cosa, hijos —empezó diciendo con la voz tomada—. Se trata de vuestra madre…
El juez confirmó el
fallecimiento de la mujer y ordenó el levantamiento del cadáver. La muerte de
un ser humano, sea un Rey o un mendigo, no es un espectáculo grato para nadie,
y en un par de horas, la puerta principal del instituto estaría a rebosar de
jóvenes en su último día de clase.
Autora: Maria Barbancho
Ilustraciones:Art'disoni Silvia
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