MARIA BARBANCHO
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Por tus palabras te conocerán y por tus silencios te admirarán
Eva’s
Hoy, siempre es hoy
Hoy,
otro día más de mi vida. El día posterior al de ayer e inmediatamente anterior
al día de mañana. Hoy, un día más.
Me he levantado
cuando ha sonado el despertador a las 7 de la mañana y tras desayunar con mis
hijos y dejarles a la puerta del cole, me he dirigido echando leches a la
oficina sabiendo de antemano que me esperaba un día duro. Varios clientes a los
que visitar y todos ellos, en distintos puntos de la ciudad. Y aquella ecuación
mental daba como resultado que, o comería cualquier cosa en plan rápido, o
directamente, no comería. No sería la primera vez. Es lo que tienen ciertas
profesiones. Te absorben tanto y son tan estresantes por la presión que los
jefes ejercen sobre ti, que te olvidas de la comida y que de lunes a viernes,
además del trabajo, también tienes otra vida. Pero no puedo quejarme. Después
de todo, he ventilado las visitas en un plis
plas con resultados excelentes para mi próxima nómina, aunque el precio que
he tenido que pagar, ha sido un sándwich vegetal y un agua mineral como menú,
sentada en el banco de ese parque de muchos otros días…
Acabo de telefonear a
mi esposo… Aunque solo he de pasar por la oficina para archivar los expedientes
y organizarme la agenda del día siguiente, no llegaré a tiempo de recoger a los
niños cuando acaben sus clases de karate. Me ha dicho que no me preocupe. Que
no tenía intención de ir al gimnasio esa tarde. No ha sido un buen día en el
trabajo y todo cuanto le apetece, es cenar cualquier cosa y meterse temprano en
la cama.
—Ya me ocupo yo de
los críos y de la cena… La dejaré en el horno para que no se enfríe… Si estoy
dormido no me despiertes, ¿vale, cariño? Ya hablaremos mañana. Te quiero, ya lo
sabes. Y no corras, por favor… No tienes ninguna prisa. ¡Hasta luego!
Le obsesiona la idea
de que pueda sufrir un accidente. Dice, que cuando voy sola en el coche, soy
una temeraria, que siempre apuro el
máximo de la velocidad permitida. Y no exagera… Es un buen hombre, un buen
padre y un buen marido.
Son las 8 de la
noche. Y de nuevo y como tantas veces, la jornada se ha prolongado más de lo
esperado. Siempre encuentro un
documento, un expediente que actualizar… ¡Cuándo aprenderé a decirme a mí
misma: basta por hoy!
La melodía de «Je t’aime moi non plus» sonó en mi
móvil. Era el aviso de que en el buzón de mi teléfono, alguien había dejado un mensaje. Yo sabía quién era ese alguien y también, lo qué decía el
mensaje. El mismo mensaje que siempre
recibía cuando sonaba esa melodía: Te
espero. Y como si esas dos palabras activaran un chip en mi cabeza, como si tales palabras fuesen la contraseña de
una programación previa bajo hipnosis sin importar el lugar donde me encontrara
ni las personas que me acompañaran, respondía lo de siempre: Ahora voy.
Telefoneé de nuevo a
mi marido…
—Cariño, lo siento
—le dije—. Uno de los clientes con el que tenía que reunirme hoy y que me ha dado plantón, acaba de
presentarse en el despacho para pedirme disculpas y rogarme que nos reunamos
ahora mismo. Está tan avergonzado, que me invita a cenar para cerrar el trato.
No creo que llegue muy tarde. ¡Lo siento, de verdad! Dale un beso a los niños y
otro beso para ti… ¡Hasta luego!
Creyó mi mentira,
siempre cree mis mentiras. O al menos, me hace creer que se las cree.
Otra noche de pasión
desenfrenada. Otra noche de sexo, de
buen sexo, de sexo muy bueno. Tumbada boca abajo en la misma cama de la misma
habitación del mismo hotel de siempre y
con las sábanas de raso sepia enrolladas entre mis piernas, te observo mientras
disfrutas de tu copa de whisky escocés contemplando desde el ventanal, la noche
iluminada por las luces de la ciudad. Un ventanal por el que jamás hemos visto
juntos el sol de la aurora. Nuestra historia es el hoy y el ahora. Sin
amaneceres, sin mañanas. Entre nosotros
no ha habido más. Nunca. Tampoco hace 15 años, cuando tras caer en tus redes de
seductor perdidamente enamorada, averigüé las razones de tus largas ausencias,
las mentiras que envolvían nuestros hoy
sin mañana. Descubrí que no eras un
hombre libre, que jamás sería tu esposa, ni la madre de tus hijos, ni siquiera
sería la otra. Disculpas, juramentos
y muchos: lo siento y dame tiempo… Y el tiempo pasó, pero solo había hoy,
siempre hoy, nunca llegaba el mañana…
Huí de tu lado, de mi ciudad, dejé atrás toda una vida, busqué nacer de nuevo y
olvidarte en otros brazos. Eso fue lo difícil y no el exilio voluntario. El tiempo cicatriza las heridas. Eso dicen.
Pero las mías siguieron abiertas y en carne viva.
—El director general
quiere conocerte —me dijeron tras firmar mi contrato de trabajo.
Me quedé sin respiración.
Los latidos de mi corazón se aceleraron al punto del paro cardíaco. Las piernas
me fallaron. Ahí estabas de nuevo, ufanamente erguido ante mí. Conservabas esa
sonrisa que me derretía y volviste a mirarme como siempre hacías, desnudándome en una interminable y lasciva caricia…
Te habías encargado personalmente de mi selección, era la mejor candidata para
el puesto de Jefa de Ventas, presumiste haberle dicho a tus subalternos. Y entonces,
supe que si no renunciaba al contrato que acababa de firmar, serías mi
perdición. Me aferré a la excusa fácil: tengo
dos hijos y necesito este trabajo. Quise convencerme de que en verdad te
había olvidado, de que amaba a mi esposo, de que ese arrogante, vanidoso, soberbio
y engreído tipo, no volvería a conquistarme con sus encantos, ni a nublar mi
razón con sus besos ardientes lamiendo mi cuello, ni a perderme en la lujuria
cuando sus dedos se deslizaban por mi cuerpo. Aquello ya no era mi hoy, formaba parte del pasado.
La ducha, como
siempre, limpia tu rastro de mi cuerpo, pero no puede limpiar mi conciencia. En
el despertador marcan las 00:02 horas. Mi marido duerme profundamente. Mis
hijos también al otro lado de la pared. Mañana
no habrá preguntas. Como siempre, me
dejará que sea yo quién le cuente mi historia. Y como siempre, él me creerá, o, me hará creer que me cree. Empezará un
nuevo hoy, pero con la diferencia, de
que con él, siempre hay un mañana. Proseguiré viviendo mi vida, con
mis clientes, mis amigas, mis vecinos, mi familia, anhelando que el móvil me
avise, de que en la misma habitación de siempre
del mismo hotel de siempre, me
aguarda contigo otro hoy sin mañana.
Tú y yo…
Hoy,
siempre es hoy…
Autora: Maria Barbancho
Ilustraciones:Art'disoni Silvia
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